Tener un hijo con necesidades especiales, implica una dedicación extra por parte de los padres, tanto a nivel de tiempo, como de recursos, energías, etc ...., que a menudo va en detrimento de los hermanos. Muchas familias tienen la sensación de que el tiempo que han tenido que dedicar al hijo que tiene problemas, se la han tomado los otros hijos. Si ya de por si hay un sentimiento inicial de culpa, que resulta inevitable, en relación a la educación y el amor que le hemos dado al hijo con problemas, cuando hay hermanos, se añade el sentimiento de culpa por no haberles podido dedicar el tiempo y la atención que necesitaban.
Hay que hacerse la reflexión que la vida no es justa, y no hemos elegido que nuestro hijo pase, y nos haga pasar, por las difíciles situaciones que hemos transitado todos nosotros. Nadie nos ha preguntado si estábamos preparados, o si podíamos asumir el problema. Las crisis en la adolescencia no siempre se pueden detectar antes de que se produzcan. A veces hay síntomas que nos pasan desapercibidos. Otros los esconden conscientemente hasta que estalla la crisis. Es posible que haya familias en que los hijos han ido haciendo pequeñas faltas de respeto y pequeñas transgresiones que se acaban normalizando, o que hayan ocultado las autolesiones o compulsiones con la comida, por ejemplo. En estos casos, es normal que no hayamos visto venir el problema porque ya llevábamos tiempo dentro. Sin embargo, lo más probable es que cada uno haya hecho todo lo que sabía con los recursos que tenía. Por lo tanto, de que se nos puede acusar? Todos hacemos cosas bien y cosas mal, generalmente por falta de información y recursos personales. Por otro lado, si lo que ha empujado a nuestros hijos es un trastorno, un desequilibrio en la química cerebral, por tanto, una enfermedad, que podíamos hacer para evitarlo? La culpa es un sentimiento inútil que hay que tirar a la basura lo más rápidamente posible a fin de poder tomar decisiones y pasar a la acción realmente efectiva, cuando ya tenemos información sobre el problema y la solución.
Para los hermanos también es una realidad que no han elegido, pero tampoco se les ha podido evitar. Es su realidad y deben aprender a convivir con ella y gestionarla lo mejor que puedan. A medida que van creciendo, pueden ir entendiendo más y más, y haciendo el mismo proceso de sanación que nos toca hacer a los padres. Entretanto, sólo podemos acompañarlos. Mirar de protegerlos tanto como podamos. Y, lo que es muy importante, tratar de hablar con ellos abiertamente del problema de su hermano e ir gestionando los sentimientos cada etapa.
Los hermanos menudo detectan el problema antes de que los padres y exigen a los padres que busquen una solución, ya que es nuestra función. A veces, no entienden las diferencias que hacemos entre unos y otros. Lo cierto es que no podemos aplicar las mismas normas educativas a todos los hijos. Esta es un error muy común y y fuerza perjudicial en nuestro caso. Debemos ser capaces de saber adaptar las normas a la realidad de cada hijo, y hacerles entender que cada uno necesita unos límites diferentes, porque son personas diferentes, con dinámicas y dificultades diferentes.
Cuando se decide hacer ingreso terapéutico del hijo que tiene el problema, se dispone de más tiempo para dedicar a los otros hijos, detectar sus necesidades y ayudarles a superar sus posibles traumas. Es importante hacerles partícipes de la evolución del hermano ingresado, así como respetar sus tiempos y sentimientos. Algunos rechazan al hermano que les ha hecho sufrir y son especialmente duros con él. Otros se muestran indiferentes de cara a fuera, probablemente para enmascarar el dolor que llevan dentro. Hay que estar atentos a estos casos, porque probablemente necesitarán un mayor acompañamiento. También hay hermanos, especialmente los grandes, que pueden comprender mejor el problema y adoptan un papel protector para con el pequeño problemático.
Sea cual sea la reacción de unos y otros, el proceso terapéutico debe hacer toda la unidad familiar y, en consecuencia, todos deben hacer su trabajo particular y la que tienen en común. También los padres separados. A los padres nos toca liderar este proceso y dar a cada hijo lo que necesita. Y, para poder hacerlo con garantías, primero tenemos que sanar las propias heridas y las creencias que nos limitan. Tener cuidado de nosotros, para cuidar de ellos. Saber pedir ayuda e información cuando los hay, para ayudarnos y ayudarles. Es un viaje duro del que se puede extraer un gran aprendizaje vital y un vínculo familiar mucho mejor, y mucho más fuerte. Incluso las historias más duras están llenas de cosas bonitas de las que disfrutar. Es un camino que vale la pena recorrer y, si lo hacemos acompañados, se hace más llano.
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