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Carta a un hijo

Te escribo esta carta sabiendo que seguramente no la podrás leer hasta que termines tu proceso terapéutico que será largo y difícil. Pero escribirla, me ayuda a acercarme a ti, y quizá ayuda a otras familias que están pensando en ingresar a su hijo. Sólo que ayude a una sola, ya estaré satisfecha.


Hace tres meses que tomamos la decisión más difícil de nuestra vida respecto a ti, nuestro querido hijo. Hace tres meses, que después de dos años de angustias, miedos, noches sin dormir, visitas a Mossos y hospitales, consultas a psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, entrevistas con tutores y directores de la escuela, robos, hurtos, violencia, destrozos en casa y agresividad física y verbal, hicimos lo que creíamos mejor para ti: decidir ingresar hacerte el centro terapéutico Fontfregona.

LLevas sólo 10 semanas ingresado y, seguramente, no ha pasado suficiente tiempo para que tú entiendas la magnitud que supone para nosotros esta decisión. Para unos padres, delegar en otras personas el cuidado de su hijo es, como dice la Fina, antinatural. Pero si lo hemos hecho, es porque queremos lo mejor para ti. Y sabemos, que algún día nos lo agradecerás y cuando menos, nosotros siempre tendremos la conciencia tranquila de saber que hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos.


La adolescencia es una etapa muy difícil. Yo me atrevería a decir que la más difícil de la vida. Se trata de un momento de crecimiento personal donde pasais de ser niños, acolchados y queridos por unos padres que os protegen, a querer ser adultos sin tener suficiente madurez. Los padres les tenemos que dejar volar, crecer, madurar y ser autónomos. Pero acompañándoles en todo momento. En algún instante, no tengo claro cuándo fue, este volar solo, te superó y te iniciaste en el consumo de tóxicos. De nada servían nuestras palabras y las de los profesionales que intentábamos hacerte ver que el cannabis NO es un juego.


Poco a poco, nuestro niño, dejó de ser él. Ya no eres el niño afable, risueño, inteligente, sociable, familiar que habías sido siempre. eras un adolescente con su vida totalmente deteriorada. Porque no se trataba de un adolescente rebelde, se trataba de un adolescente enfermo. Los tóxicos te llevaron a un aislamiento de todo: amigos, familia, fracaso escolar, fugas, problemas legales ... Que impotentes nos sentíamos cuando algunos profesionales nos decían que la adolescencia es una etapa de rebeldía y que teníamos que tener paciencia. No se trataba de un adolescente rebelde.


Yo, trabajo con adolescentes, y la rebeldía e inconformismo son necesarios para formar adultos críticos y responsables. Pero tú no eres un adolescente rebelde. Al contrario, eras un adolescente perdido, ansioso, triste, sin camino.


Llegó un punto, que aceptamos que nosotros no te podíamos ayudar. Y que aceptarlo no significaba haber fracasado como padres. Las energías desfallecían y los tratamientos ambulatorios o incluso los ingresos a las plantas psiquiátricas de agudos no eran suficientes. Era necesario un tratamiento que te aíslara del entorno, te ayudara a pensar, a recuperar tu autoestima, la confianza en ti mismo y los valores que siempre habías tenido. Y esto, en casa, no era posible.


Cuando nos recomendaron un centro terapéutico dijimos que no, que ni hablar, que aquello no era para nuestro hijo. Que tú no estabas tan mal.


Pero poco a poco, asumimos que sí era necesario, y no sólo era necesario sino que era lo mejor para ti. Comenzaron las visitas a los pocos centros terapéuticos para menores que hay en Cataluña.


Cuando fuimos a visitar Fontfregona teníamos muchas dudas. Pero nos encantó la visita que nos hicieron la Imma y Fina. Se notaba que creían en el proyecto, que había aprecio por los chicos y chicas ingresados, que eran profesionales y que sabían mucho. Tres horas de visita en que resolvieron todas nuestras dudas, nos lo enseñaron todo, vimos que hacían los internos ... Pero aún así, tomar la decisión era difícil. Alejarte de casa tanto tiempo! Y sin tener la certeza absoluta de que sería la solución, porque en medicina, y especialmente en salud mental, no hay nunca una respuesta igual.


Durante tres semanas, mientras estabas ingresado en el hospital, las dudas eran una angustia continua. Pasamos de no dormir por no saber dónde estabas en no dormir por no saber si estábamos yendo en una buena dirección. Sería el centro adecuado para ti? Podrías salir antes de dos años? Te adaptarías? Y mientras, cuando íbamos preparando el ingreso, tú que estabas ingresado y por tanto, desintoxicado, jurabas y perjuravas que no ibas a recaen y nos hacías tambalearnos cada vez más en nuestra decisión. Suerte de la familia, que nos apoyó y empujó a tomar la decisión.


Y suerte de las charlas de familias y la asociación de familias de Fontfregona. Sin estar aún ingresado, nos invitaron.


El amor por los hijos que se respiraba en los encuentros, la profesionalidad de la psicóloga, las experiencias similares y compartidas, la tranquilidad de las familias que ya tenían los hijos ingresados ​​y las experiencias positivas de los que los habían tenido, nos ayudaron a tomar la decisión adecuada: el ingreso a Fontfregona.


Desde que ingresaste a Fontfregona, ya hemos empezado a ver un cambio positivo en ti. Tus dos primeras cartas nos hicieron llorar y a punto estuvimos de desfallecer y retroceder. Menos mal que no lo hicimos. Nos decías que era horrible y no nos lo perdonarías nunca: te habíamos engañado.


En la tercera carta, el tono ya era otro. Más relajado, de añoranza, y empezabas a explicar todo lo que hacías y cómo te ibas adaptando. Las siguientes ya eran muy positivas e incluso empezabas a pedir un tímido perdón. Y sobre todo a valorar la familia y la estima que te tenemos y darte cuenta de que habías tocado fondo. Empezabas a ser un poco consciente de todo y recuperar los valores perdidos.


Sólo hemos podido visitarte dos veces, y se hace muy corta la visita. Pero empiezas a ser de nuevo nuestro hijo. Estás triste al estar lejos de casa, pero haces muy buena cara, estás tranquilo, sin angustias, se puede hablar contigo, reflexiones, piensas y valoras todo lo que habías dejado de valorar. Estás adaptado y se te ve contento. Hablas muy bien de las educadoras y la Fina, y de la tarea que hacen: la valoras, ves que la hacen por vocación, que las normas son estrictas pero que lo serán, que las acciones educativas son justas. Te das cuenta de la realidades de compañeros mucho más complicada que la tuya, sin una familia detrás que les apoye, con infancias difíciles y no privilegiadas, y voces, que tienes que luchar para recuperar lo que has perdido.


Pero aún te queda mucho trabajo por hacer. Empiezan los miedos, las dificultades, el trabajo duro. Adaptarse a la vida en el centro ha sido relativamente fácil. Ahora toca la introspección, el saber mirar dentro de ti y pensar, pensar pensar para no volverte a equivocar. Y equivocarse no debe ser ninguna vergüenza, todos nos equivocamos. Debe servir para aprender a no volver a cometer los mismos errores. Estoy segura de que cuando salgas, si lo aprovechas, tendrás las herramientas para ser feliz, fortalecido y capaz de superar cualquier adversidad.


Nosotros, tu familia, estaremos siempre a tu lado.

La madre que te querrá siempre




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