Este cuento está escrito por el padre de una chica, que está luchando por salir de su crisálida. Está dedicado, en primera instancia, a la madre de un chico que ya vuela solo hace unos meses; bello, fuerte y seguro, después de un proceso que tuvo que hacer en condiciones durísimas. El padre de ese chico tuvo un accidente de tráfico gravísimo que le dejó secuelas físicas y psicológicas de por vida. Tan limitantes que requerían una atención que no se le podía ofrecer en casa. La madre, Mariví, tuvo que afrontar sola la problemática y el internamiento de su hijo, y se tuvo que ocupar también de su hijita, con la ayuda de una abuela amorosa.
Mariví murió de cáncer cuando su hijo estaba finalizando su proceso terapéutico. Fue una madre coraje hasta el final. Donde estés Mariví seguro que estarás muy orgullosa de la gran persona en la que se ha convertido tu hijo. De cómo sale adelante y cuida de su hermana, con el amor y los valores que tú le enseñaste y que, gracias a la gran familia de Font Fregona pudieron aflorar, para hacerlo más fuerte y mejor persona.
El autor quiere dedicar también este cuento a todos los chicos y chicas que han superado, están superando o superarán en el futuro un proceso terapéutico con conciencia, voluntad y esfuerzo, hasta volar como bellas mariposas. También a sus familias, que un día entendieron que no podían ahorrarles el sufrimiento a sus hijos, pero sí tenían que acompañarles en su lucha con amor, confianza, constancia y paciencia, hasta que fueran capaces de emprender el vuelo solos y seguros. Va por todos vosotros y, especialmente, va por ti Mariví, un gran ejemplo a seguir. Siempre serás parte de esa gran familia. DEP
Un día de primavera, un viajante descansaba tranquilamente al margen de un camino, debajo de un árbol. Mirando la naturaleza que le rodeaba, observó cómo la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo un largo rato contemplando cómo la mariposa iba esforzándose hasta que, de repente pareció detenerse. Quizás la mariposa -pensó aquel hombre- había llegado al límite de sus fuerzas y no lograría ir más lejos. Así pues, decidido a ayudarla, cogió unas tijeras que llevaba en la mochila y ensanchó el orificio del capullo. De esta forma, la mariposa salió fácilmente. Su cuerpo estaba blanquecino, era demasiado pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre, preocupado, siguió observándola esperando que, en cualquier momento, la mariposa abriera sus alas y emprendiese el vuelo. Pero pasó el tiempo y nada de esto ocurrió. La mariposa nunca voló y, las pocas horas que sobrevivió, las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil, con las alas encogidas, hasta que finalmente murió.
Aquel caminante, cargado de buenas intenciones, con voluntad de ayudar y evitar el sufrimiento de la mariposa, no comprendió que el esfuerzo de ese insecto por abrirse camino a través del capullo, era absolutamente vital y necesario pues, éste era precisamente el modo en que la naturaleza había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara hasta las alas, y estuviera lista para volar una vez hubiese salido al exterior.
A veces es justamente el tiempo y el esfuerzo lo que necesitamos para evolucionar y crecer en nuestra vida. En realidad, si la naturaleza nos permitiera vivir sin obstáculos, quedaríamos muy limitados en nuestro potencial. Nunca llegaríamos a desarrollar nuestra verdadera plenitud.
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